Para Annie, poema de Edgar Allan Poe.
¡Gracias al cielo! La crisis,
el peligro ha pasado,
y la larga enfermedad
ha terminado al fin—
y la fiebre llamada “Vida”
ha sido vencida al fin.
Lamentablemente, sé
que he perdido mis fuerzas,
y ningún músculo muevo
mientras yago extendido—
¡pero no importa!—Siento
que al fin estoy mejor.
Y descanso tan plácidamente
ahora, en mi cama,
que cualquiera que me mire
podría pensar que estoy muerto—
podría sobresaltarse al verme,
creyéndome muerto.
El gemido y el lamento,
el suspiro y el sollozo,
se han acallado ahora,
con aquel horrible latido
en el corazón:—ah, aquel horrible,
horrible latido.
La enfermedad, la náusea,
el dolor implacable,
han cesado, con la fiebre
que enloquecía mi mente—
con la fiebre llamada “Vida”
que ardía en mi mente.
Y ¡oh! de todos los tormentos,
el peor tormento
ha cesado—el terrible
tormento de la sed
por el río naftalino
de la Pasión maldita:—
He bebido de un agua
que calma toda sed.
De un agua que fluye,
con un sonido de arrullo,
desde un manantial a muy pocos
pies bajo tierra—
desde una caverna no muy lejos
abajo, bajo tierra.
Y ah, ¡que nunca se diga
neciamente
que mi cuarto es lúgubre
y mi cama angosta;
pues nunca ha dormido un hombre
en una cama distinta—
y, para dormir, debes descansar
en una cama como esta.
Mi espíritu atormentado
reposa aquí apacible,
olvidando, o sin jamás
lamentar, sus rosas—
sus viejas agitaciones
de mirtos y rosas.
Pues ahora, mientras tan quieto
yace, se imagina
un aroma más santo
a su alrededor, de pensamientos—
un aroma de romero,
mezclado con pensamientos—
con ruda y los hermosos
pensamientos puritanos.
Y así yace felizmente,
bañándose en muchos
sueños de la verdad
y la belleza de Annie—
ahogado en un baño
de los rizos de Annie.
Ella me besó tiernamente,
me acarició amorosamente,
y luego me quedé dormido
en su pecho—
profundamente dormido
en el cielo de su pecho.
Cuando la luz se extinguió,
me cubrió con calor,
y rezó a los ángeles
que me guardaran del mal—
a la reina de los ángeles
para que me protegiera del mal.
Y yo yago tan plácidamente,
ahora, en mi cama
(sabiendo su amor)
que podrías pensar que estoy muerto—
Y descanso tan contento,
ahora, en mi cama
(con su amor en mi pecho)
que podrías pensar que estoy muerto—
que tiembles al mirarme,
creyéndome muerto.
Pero mi corazón es más brillante
que todas las muchas
estrellas en el cielo,
pues brilla con Annie—
resplandece con la luz
del amor de mi Annie—
con el pensamiento de la luz
de los ojos de mi Annie.
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