No soy de los que festeja por voluntad la navidad, desde que deje de recibir regalos se terminaron los motivos. Aunque pensándolo bien, los regalos nunca fueron el motivo de festejo en mi niñez, el santa que me toco vivir era de bajos recursos y nunca me llegaba lo que pedía (no es reclamo).
Recuerdo la época de mi niñez, donde la familia se juntaba por alguna razón que me importaba poco, en esos días se sentía un ambiente de felicidad. La comida, las piñatas, ver como llegaba uno por uno de los miembros de la familia, eran los días que como niño tenia permitido desvelarme con ellos.
Con forme pasaron los años comenzaron a llegar menos familiares y al ir creciendo yo, también deje de verle sentido a reunirnos por una razón que seguía sin importarme.
Pero bueno, este escrito no va sobre mi niñez, solo me invadieron los recuerdos al comenzar a escribir.
Este año si que fue de grandes cambios, más bien, la vida me obligo a tomar una ruta diferente. Lo que me llevo a pasar mi primer diciembre lejos de casa, lejos de mis familiares, mis amigos, y lo más importante: lejos de mi hijo.
No soy alguien muy afectivo, ni expresivo. Creo que a nadie le he dicho lo mucho que los extraño; ni a mi madre. Y la verdad me aguanto las ganas de decírselo a mi hijo por que no quiero que se vaya a poner triste al saber que lo estoy extrañando.
Fuera de ello, es algo irónico que al estar lejos y más solo que nunca, me siento en paz. Creo que me estoy encontrando, entre mi soledad tengo tiempo para conocerme mejor.
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